November 20, 2007

Palpitar (una historia de terror)

Nota de la autora: A partir de ahora estaré publicando éstos, para deleite (???) del público.
Lo subí aquí, pero ya se tardaron en publicarlo T_T...
Ésta nació en un momento de tensión, espero les agrade...
(Copyright: Nimrod...)

Nuevamente había conseguido persuadirlo para que la acompañara a casa después del colegio. Él, como de costumbre, permanecía callado. Ella sólo lo observaba nerviosa, observando sus labios, sus ojos, todo su cuerpo... Sintiendo cómo su corazón estaba a punto de estallar fuera de su pecho. Aquel era el día en el que sus sueños se cumplían, el día en el que consumaría su mas grande deseo después de que él la hubiese rechazado.
Finalmente llegaron al umbral de la casa de ella.

“¿No gustas pasar...?” – Preguntó la muchacha con una sonrisa dulce y pura en sus labios, mientras abría la puerta.
“Si tanto insistes.” – Respondió él después de un suspiro indiferente, taciturno y obligado.

Una vez adentro se sentaron en la sala, uno en frente del otro. Ella lo miraba fijamente, perdida en aquellos ojos color ámbar que tanto la enloquecían. Él sólo miraba hacia la ventana, observando los rosales del jardín; con esa expresión apagada y fría que nunca cambiaba. A veces la chica se preguntaba si alguien tan frío podía ser humano...
Ella rompió el hielo ofreciéndole a su huésped algo de beber.

“Bastará con un vaso de agua, gracias.” – Respondió el muchacho con la mirada aún extraviada en la belleza del rosal, tratando de evitar a toda costa verla directo a los ojos. En el fondo sabía que le aterraba, la acompañaba por cortesía, tratando de verse amable. Pero en el fondo sabía que algo andaba mal con ella, un mal oculto que había empeorado desde el día que la despreció... Un día que marcó a la joven para siempre.
“En seguida te lo traigo...” – dijo ella mientras se dirigía apurada a la cocina. Siempre había estado enamorada de él... O mejor dicho, obsesionada. Todos los días cuando lo veía en el colegio sentía que moría por dentro, viéndolo tan cerca y sabiendo que nunca lo tendría. Ardía en celos siempre que lo veía platicando con otra chica, platicando tranquilo y desvergonzado cómo nunca lo hacía con ella.
Pero ese día las cosas iban a cambiar, de eso estaba segura.
Sirvió agua en un vasito de cristal, amorosa como la esposa que jamás sería. Pero agregó al compuesto unas gotitas de éter, casi imperceptibles, pero que sacarían a su amado de sus cinco sentidos por un instante. Revolvió silenciosa la mezcla, para que él no sospechara nada. Regresó a la sala con el vaso en mano y se lo ofreció a él, una de las tantas ofrendas que ponía a sus pies, esperando en vano sus favores. Pero ese día las cosas serían diferentes.
El muchacho de ojos color ámbar tomó el vaso, con cierta inseguridad. Pero como la sed lo estaba matando sencillamente bebió, el éter parecía no hacer mucho efecto... Sólo era cuestión de esperar. Ella se levantó y fue a prepararse un té de rosas bien caliente, dejándolo solo con su vaso de agua adulterada. Con cada sorbo iría perdiendo un pedacito de percepción de la realidad...
Al momento que ella regresó, él ya empezaba a sentirse mareado pero inexplicablemente extasiado. Se sentó ahora no en frente de él, si no a su lado. Ella le dijo algo que no entendió del todo, pero el sólo respondió esbozando una sonrisa y poniendo sus brazos alrededor de ella. La chica se sonrojó y sonrió tímida, las cosas comenzaban a funcionar tal y como lo había planeado...
Ella se acurrucó contra el pecho de él, acariciando su espalda baja... Esa curva que tanto la había cautivado por tanto tiempo. Él también la acariciaba, besaba su cuello, llenándola de éxtasis. Se adentró en el calor de él, aún mas aferrada a su pecho, su corazón fundido con el de él en un solo vertiginoso palpitar...

Y fue en ese preciso instante dónde sucedió la tragedia. El sonido de su corazón la alteraba, ese órgano maldito que nunca palpitó por ella. Una vocecilla dentro de su cabeza le suplicaba que no lo hiciera, que se arrepentiría por siempre... Le rogaba que no se dejara vencer por el demonio que tenía encerrado en lo mas profundo. Pero ya era muy tarde, la locura consumía todo su ser.
En un arranque desesperado aferró sus dientes al cuello de él, resultando en un grito de dolor. La herida pasó a mayores... La sangre brotaba copiosamente de ella y sólo estimuló mas el delirio sádico de la chica. Él sufría, pero el éter lo tenía como inmovilizado, sólo gruñía, gemía... Pero no oponía resistencia alguna. Ella lo seguía acariciando, sorbiendo la sangre que fluía de él como una fuente de horror...
Aún en su locura, tomó un cuchillo que se encontraba sobre la mesa junto a ellos. Y aún abrazada a él clavó el arma en su espalda, desgarrando lentamente esa espalda que tanto adoraba... Cómo una caricia rencorosa y despechada. Sentía como su sangre la bañaba mientras él profería gritos de agonía, casi podía ver su vida pasar lentamente frente a sus ojos, esa vida que se mantuvo en secreto para ella...
Quería creer que aquello era una pesadilla, pero el dolor sólo le indicaba con horror que seguía vivo. Sentía desmoronarse en los brazos de su asesina, sólo para que ella asestara su último movimiento: hundió el cuchillo en su pecho, justo debajo del corazón... Ciega de odio, lo sacó lentamente con el muchacho apenas gimiendo en agonía y escurriendo sangre en todo su cuerpo... El brillo de sus ojos color ámbar se había apagado por completo.
Dejó caer a su víctima y sostuvo el órgano entre sus manos, mirándolo maravillada. Lo restregó contra su rostro, lo lamió, lo besó con una dulzura inexplicable para tan macabro momento. Después despertó desconcertada de aquello que creía una absurda fantasía solo para encontrarse con él cadáver frente a ella, con las ropas completamente rojas de sangre y el corazón acuchillado aún entre la cuna de sus manos...
Dejó el corazón sobre el plato de su taza de té, que ahora estaba frío. Amorosamente tomó al cadáver y besó su desarreglado cabello negro. Salió al jardín y procedió a enterrarlo junto a los rosales. Regresó adentro, se desvistió con indiferencia y llevó todo al cuarto de lavado.
Terminó el día limpiando su cuerpo de la sangre que tanto había adorado, no le importaba nada ya.
Estaba satisfecha.

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